Verás, en un hermoso jardín, una flor brillante y colorida creció en el centro. Su fragancia atraía a mariposas, pero había una que siempre se posaba en sus pétalos: una mariposa dorada que la visitaba cada día.
Un día, la flor notó que su amiga mariposa no llegó. Pasaron los días y la tristeza la invadió. El viento soplaba y sus pétalos se marchitaban, pues la ausencia de la mariposa la hacía sentir sola.
Una mañana, una anciana mariposa se posó junto a ella. La flor le preguntó con pesar: “¿Dónde está mi amiga? La echo tanto de menos.
La anciana mariposa sonrió con ternura y le respondió: “Tu amiga siempre estará contigo, aunque no la veas. La muerte no es el final, sino una transformación. Ella ahora vuela libre en otros jardines, y su esencia vive en cada rayo de sol que toca tus pétalos.”
Si me preguntasen a mí?
Diría que aún puedo escuchar sus frases típicas, con las que yo quedé marcada. Las escucho a veces en mi cabeza, como si en conversaciones cotidianas ellos contestasen, desde mi interior, porque todos ellos habitan en mí, dentro de mi ojos.

Acercar su olor me cuesta más, lo consigo efímeramente, no logro sostenerlo por mucho, y eso me entristece.
Pasan los 1 de noviembre, pero ellos siguen estando. Sentirles y pensarles es un calor agradable. Tal como hacemos hoy “día de todos los santos” consuela recordar a los santos de nuestra vida.
La flor comprendió que el amor que compartían no se desvanecía con la ausencia. Desde ese día, aunque extrañaba a su amiga, también celebraba su recuerdo, dejando que la luz y la vida la llenaran de nuevo.
Por qué hablo de esto?
Hoy 1 de noviembre, recordamos y honramos a quienes hemos perdido, y lo hacemos así porque nos ayuda a conectar con el recuerdo y seguir caminando.
El duelo es un proceso natural que transitamos cuando perdemos a alguien importante. La muerte trae consigo una mezcla de emociones: tristeza, confusión, e incluso culpa. Aunque cada persona vive el duelo de manera distinta, es importante entender que estos sentimientos son normales. En la psicología, sabemos que el duelo no tiene una «fecha de caducidad»; el paso del tiempo permite, poco a poco, aprender a vivir con la ausencia y a recordar sin tanto dolor.

A lo largo del duelo, el tiempo se convierte en un aliado. En un principio, los recuerdos pueden ser dolorosos, pero con el tiempo, las personas solemos encontrar formas de recordar de manera positiva a quienes ya no están. Este proceso de aceptación no significa olvidar, sino aprender a integrar la pérdida en la vida de una manera que permita seguir adelante.
El acompañamiento emocional ayuda a comprender que el duelo es un viaje personal y necesario, donde el tiempo ayuda a sanar, aunque no borre completamente el dolor.
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