Un niño con dos años no sabe expresar lo que le pasa y cuando se enfada lo más probable es que lo manifieste tirándose al suelo y pataleando. Mientras que los niños de cuatro es habitual que pasen por rachas de desobediencia y de rebelión a la autoridad y entonces los enfados se manifiesten con gritos, insultos y patadas. Son frecuentes entre niños de 2-5 años, teniendo su punto más álgido entre los 2-3 para poco a poco volverse más cortas y suaves.
Que sea normal en su desarrollo no quiere decir que desde casa no tengáis o podáis hacer nada.
Las rabietas suelen ser motivo de consulta por lo desesperantes que resultan para los padres. La intervención va dirigida a la disminución de frecuencia, intensidad y duración de las conductas disruptivas que lleva a cabo el niño. Las rabietas ocurren con más frecuencia al final de la mañana, al final de la tarde y a la hora de irse a dormir, que por otra parte son momentos en los que los niños están más cansados y/o con hambre.
El 70% de los niños con comportamiento difícil con 3 años, continuaban teniendo el mismo comportamiento un año después, si no se llevaba a cabo ninguna intervención. Es cierto que la mayoría de los padres refieren la desaparición de las rabietas en torno a los 3-4 años, pero también lo es que un mal manejo y control de éstas en la infancia, pueden desembocar con el tiempo en otros trastornos de conducta como: trastorno oposicionista desafiante o trastorno por conducta antisocial (DSM IV-TR).
Existen diversos modelos teóricos y explicativos de la desobediencia y la agresión, y todos coinciden en algo: una parte importante de la explicación de las conductas desadaptativas de los niños reside en la interacción de estos con los padres y con el medio. Por tanto, cuando hay que intervenir en este tipo de problemas, no solo se interviene con el niño, sino también y fundamentalmente con los padres.
Las rabietas ven disminuidas su duración, frecuencia e intensidad con la aplicación de la técnica de la extinción. El procedimiento de extinción consiste en suprimir el reforzamiento de una conducta previamente reforzada. Hay que tener en cuenta las variables que mantienen la conducta a extinguir para modificarlas mediante la desaparición de los refuerzos que la han mantenido. En el caso de las rabietas la atención que los padres prestan, suele ser el reforzador que las mantiene, por lo que el proceso de intervención se vertebra con la acción de no atender este comportamiento.
Escuchar a los padres, su modelo de crianza, cómo fueron ellos educados, el estado emocional en el que se encuentra la pareja… son variables principales para poder ayudar a la familia a reconducir las rabietas de su pequeño.